Esto
diciendo, se entró por medio del escuadrón de las ovejas, y comenzó de
alanceallas con tanto coraje y denuedo como si de veras alanceara a sus
mortales enemigos. Los pastores y ganaderos que con la manada venían
dábanle voces que no hiciese aquello; pero, viendo que no aprovechaban,
desciñéronse las hondas y comenzaron a saludalle los oídos con piedras
como el puño. Don Quijote no se curaba de las piedras; antes,
discurriendo a todas partes, [decía]:
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