ROMANCE DE LOS SANTOS MÁRTIRES
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Allá por el siglo cuarto,
según la historia nos cuenta,
una familia cristiana
habitaba en Talavera.
Tres hermanos, que llevaban
ejemplar vida evangélica
y en honor de Jesucristo
hacían ricas ofrendas.
Se llamó el varón Vicente.
Fue diácono de la Iglesia.
Sus venerables hermanas
fueron Sabina y Cristeta.
Los tiempos eran muy duros.
Los paganos, sin conciencia,
perseguían a los cristianos
infligiéndoles afrentas.
Diocleciano Emperador,
enemigo de la Iglesia,
intentaba destruirla
con fuego, muerte y violencia.
Conminaba a los cristianos
con amenazas sangrientas
a honrar a los dioses falsos
con incienso y con ofrendas.
El sanguinario Daciano
gobernaba en estas tierras
cuando Roma decretó
la persecución funesta.
Pronto corrió por calles
la sangre de las doncellas,
la de Leocadia en Toledo,
la de Eulalia en Mérida,
y la de Justa y Rufina,
delicadas alfareras,
hoy patronas de Sevilla,
allá por Sierra Morena...
El odio de los paganos,
la terrible pestilencia,
la fatal persecución
también llegó a Talavera.
Un día que el buen Vicente
administraba en su Iglesia
los sagrados sacramentos
y los " divina misteria ",
los esbirros de Daciano
le sorprendieron en ella
y con furor le aherrojaron
con grillos y con cadenas.
Ante los ídolos falsos
le arrastraron con violencia,
para que los adorara
y les mostrara obediencia.
Pero él se resistió
con inesperada fuerza
y su pie dejó grabada
la huella en la dura piedra.
Un intenso resplandor
deslumbró a los centinelas
y Vicente se vio libre
de las pesadas cadenas.
Corre el joven a su casa
y a sus hermanas alerta
que, para salvar las vidas,
deben huir de Talavera.
Recogen todas sus cosas
y los mulos aparejan,
rezan a Santa María
y a Dios Padre se encomiendan.
Días de recios soles,
noches de nieves intensas,
sufrieron los tres hermanos
en el rigor de la sierra.
Así hicieron el camino
entre Ávila y Talavera,
bebiendo en los arruyelos,
refugiándose en la cuevas.
Cuando divisaban de Ávila
las murallas berroqueñas,
los esbirros de Daciano
sobre ellos caen como hienas.
En las afueras de Ávila,
junto a las murallas recias,
Crueles martirios les dieron
con espantosa fiereza.
En el potro de tormento,
sujetos en una rueda,
descoyuntaron los huesos
de sus brazos y sus piernas.
Y después, con impiedad
digna de brutos y bestias,
con unos grandes peñascos
aplastaron sus cabezas.
Un judío que miraba
tan espeluznante escena
se burló de los cristianos
con infamante soberbia.
Pero Dios le castigó
con su justa omnipotencia.
De los peñascos salió
una terrible culebra.
El monstruo se deslizó
con sigilo entre las piedras
y en el cuello del judío
se enroscó con vehemencia.
A punto de ser ahogado,
el judío se da cuenta
de su error y se arrepiente
de su burla y su soberbia.
Promete hacerse cristiano
y levantar una Iglesia
en honor de los tres mártires
y su muerte tan horrenda.
A grandes voces promete
enterrarlos con decencia,
labrándoles un sepulcro,
todo ello a sus expensas.
Ya sin resuello el judío
a Dios suplica clemencia.
Y en este punto aflojó
y se marchó la culebra.
Estas fueron las señales
que la Divina Grandeza
obró con los Santos Mártires,
orgullo de Talavera de la Reina.
El judío, convertido,
construyó la antigua Iglesia
y labró el primer sepulcro
según piadosa leyenda.
Ávila, entre muchas otras,
guarda estas joyas señeras.
A los Mártires los honra
por patronos Talavera de la Reina.
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